Redacción realizada en 2008
Esta redacción no es una clase de historia, ni la explicación del porque del nombre de nuestra plaza principal. Es la historia de algunas personas que dan vida a esta parte de nuestra pequeña ciudad.
Un Barney y un Timoteo esbozan en mí una sonrisa mientras bailan queriendo conseguir clientes para las tiendas de ropa que los contrataron. Mientras tanto, en la esquina de Pizarro y Almagro, dos señoras venden huevitos de codorniz, cambistas, una pequeña cola en una disco y gente… mucha gente. Todos ellos mientras me dirijo hacia nuestra “plaza de armas”.
La gente va, viene, vuelve a venir y nuevamente se va. Así pasan sus días muchos trujillanos –de a pie– lo que no tendría nada de raro, ni de extraño sino fuera por el día, es sábado.
Sábado, sábadomingo, fin de semana, sinónimos de un día peculiar para los visitantes de nuestra Plaza Mayor y quizá inolvidable para las 5 parejas de matrimonios que estuvieron aquel sábado, como se sabe, tomándose fotos.
Desde la señora de los cigarros, hasta los fondistas en silla de ruedas que vinieron desde Lima para participar en una maratón, se confunden entre la gente.
Unos perritos a pilas me dieron un honroso recibimiento a la plaza “lleve amigo para sus niños” supongo que, con los kilos que me manejo el pata pensó que yo era casado, desde luego se equivocó.
Al ver aquellas mascotas a pilas supe que nuestra Plaza Mayor, que es así como se llama, es igual de pintoresca y variopinta que las de los pueblos de nuestra zona andina.
A pesar que aquella noche estuvo fría, sin tunos, con cómicos ambulantes, muchos zapatos sucios, porque los lustrabotas no estaban, y algo increíble, “los globudos” esos seres de voz gruesa que buscan a “Miguel” cada vez que te sientas en alguna banca y te ponen en la cara sus globos puestos en el poto y en el pecho, no estaban.
No habiendo personajes pintorescos me dedique a ver los rostros de la gente, así encontré un muchacho que vende una “rica cena” ambulante, al que seguí por toda la plaza y del que hablaré luego.
Pareja Nro. 01
Un auto Datsun de los 70’s embellecía la esquina de la Catedral, era toda una limosina de último modelo, quizá la mejor que ellos pudieron encontrar. Ellos, con una niña ya de 8 años y 12 años de matrimonio, acababan de jurarse delante de su fe, amor para toda la vida. Las fotos respectivas, video –con cámara casera, como la mía– posaban para el fotocamarógrafo.
Con un aura de celebridad no dejaban de posar frente al auto, quizá el que los acompaña desde que eran enamorados y guarda en su interior los primeros recuerdos de su relación.
Más gente…Hombres, mujeres, niños, ancianos, todos, unos fuman, venden, compran, otros juegan, se besa, entiendo que son felices.
Carlos es el muchacho de la "rica cena" que desafiante y dedicación busca colocar sus productos en la boca de los presentes. Un vaso descartable, lleno de café, un pan con queso mantecoso y otro con mermelada, me acompañan. ¿Desde donde vienes? Me responde "desde la av. Moche. Todas las noches me encuentras acá. Mi particularidad es que yo hago el queso, la mantequila y la mermelada que vendo con los panes". Me sentí el más afortunado de la noche. Quizá Carlos estudia durante el día, no lo sé. Lo que sí, es que son dichosos sus clientes. No se encuentra comida hecha en casa, a mano, en la calle.
¿Y el emoliente?
Recordaba la caminata que tuve con Jonel y Juan, mis dos entrañables amigos de la universidad, con quien luego de caminar por varios lugares de la ciudad, encontramos en esta Plaza Mayor, un emolientero a quien Jonel no dudó en pedirle un emoliente, pero helado.
No sé si será el mismo, pero veo a una persona joven con su carrito emolientero en la esquina de Pizarro y Orbegoso. Un sol el normal y un sol con cincuenta el especial "con sábila" como lo ofrece. Calientito, con cola de caballo y una fragancia muy agradable que llamó mi atención. La panisara, para muchos desconocida, se quedaría para siempre en mi memoria olfativa. Dos vasos después era hora de seguir caminando, pero a casa.
Trujillo, es mucho más que marinera y primavera. Como toda ciudad costera y capital de región, su historia está siendo escrita por los hijos de migrantes, que dejando sus lugares de origen han llegado a engrandecer este pequeño espacio del país. A ellos les debemos, el shambar, por ejemplo, o la danza de los negros y esclavos que decoran gratamente las procesiones en fechas festivas. Así su plaza, entiendo que es el encuentro de varias culturas y formas locales de hacer las cosas, formas distintas de entender nuestras costumbres y tradiciones, formas de hacer grande nuestras historias y de impregnarlas en el desarrollo de nuestra ciudad.
Diez y quince de la noche, del jueves 21 de agosto de 2008, quien sabe cuantas veces volveré a caminar por esta Plaza de Armas. Lo que si sé, es que cada oportunidad que tenga de visitarla, traerá consigo una sensación distinta, propia de quienes tenemos la dicha de haberla heredado y sentirla nuestra.
2021
Por alguna razón, he dejado pasar 13 años para culminar esta historia. La de mis días donde salía a caminar y observar como transcurría la vida en mi ciudad.
Acá estoy. Y he retomado esta tarea.