Ese rincón existe. Es un lugar lleno de niñez, llanto caprichoso y huele a recuerdos antiguos –Miguelito, “huele a recuerdos” –, quizá olvidados en algún espacio de nuestro cerebro.
Al subir sus escaleras, con un poco de temor pues parecían apolilladas, logré llegar hasta la puerta de madera, adornada con una tela de blonda, parecida a la ventana del cuarto de una niña, una amable señora me recibió. Apolilladas dije?, claro, pero ahora entiendo, ese crujir de la madera empezó a llevarme a través del tiempo a mi niñez, recordaba el piso de madera regado con petróleo de la casa de mi abuela.
Con los sentidos pasmados y los ojos llenos de aventura, recorrí sus cuatro ambientes, en silencio, la alegría niña, me dejó sin voz. Una casa de muñecas, un caballito, una sala de costura, un triciclo de esos antiguos, carritos, aviones y demás accesorios que, acompañados de aquella imaginación que nos hacia hablar solitos, eran la combinación perfecta para aquellas tardes interminables de felicidad que pasábamos cuando éramos pequeños.
Trato de dejar de emocionarme, pero es cierto, todos llevamos un niño dentro, ese niño que no se quedó olvidado llegados los 11 o 12 años, sino que está con nosotros, seas hombre o mujer.
Te invito a disfrutar de este espacio, visítalo, saldrás renovado, feliz, por experiencia lo digo, verás que mientras juegas a ser niño otra vez, la ropa te quedará grande, buscarás algún caramelo y te olvidarás que eres adulto.
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